LAS
NECESIDADES DE LOS FILÁNTROPOS
Norberto
Alayón (*)
Miembros de Ideas del Sur, la productora de
Marcelo Tinelli, se presentaron en Colonia Uriburu en la isla Apipé, de la
provincia de Corrientes. Según una dirigente local lo hicieron como “supuestos
empresarios canadienses quienes les comunicaron a los pobladores que las 237
familias que vivían ahí se tenían que ir a la brevedad, porque ellos habían
comprado las tierras. Y que si no se iban, los desalojarían por la fuerza,
además de derrumbar con topadoras sus casas y la escuela del
pueblo”.
El “gracioso” episodio de
engaño era para el programa “Showmatch” y consistía en filmar la angustia de
los habitantes ante el inminente e irreversible desalojo de sus tierras. Como
compensación por el sufrimiento, el programa les donaría una lancha
para viajar hasta la localidad de Ituzaingó, gesto que la productora define
como una “acción solidaria”.
¿A quién benefician más los
supuestos actos filantrópicos? ¿Al que recibe o al que da? En este caso, el
que da obtiene un objetivo beneficio económico. Y además la auto creencia de
que hizo una obra de bien, lo cual empalaga -con frecuencia- el espíritu de
los fuertes de billetera. Y el que recibe, primero debe soportar un
perjuicio mayor (el miedo, la inseguridad por tener que abandonar y perder lo
propio) y luego se hace acreedor a una compensación ínfima en relación al daño
previamente recibido. Y encima el menoscabo por haber sido víctima de una
acción de mofa, que lo puede dejar con una sensación de impotencia y de
eventual inferioridad hacia el futuro.
Los isleños son usados para
un experimento mediático degradante, pero que proporciona buenos frutos al
abusador de la inocencia de la gente. Y contribuye a construir y a fortalecer,
en toda la sociedad, un hecho perverso y regresivo: que algunos sectores
sociales no tienen acceso a los derechos y que sólo pueden recibir alguna
dádiva por la vía de procederes indebidos que los lesionan aún más y los
reducen a la categoría subhumana de individuos pasibles de ser burdamente
timados por otros “poderosos” y de ser expuestos públicamente para el desdén,
la risa, el regocijo o la conmiseración de otros.
Ya se ha dicho
demasiado sobre programas como Showmatch, pero también hay
millones de personas que ven regularmente su programa y hasta legitiman el
accionar de este personaje que se cree chistoso. Tal vez se produzca un cierto
fenómeno de regocijo o alivio ante la desigualdad y las carencias que puedan
sufrir otros. En definitiva (por suerte, tal vez piensen), hay otros que están
peor que uno. O será aquello del “muerto que se ríe del
degollado”.
Este tipo de acciones,
constituyen una forma más de consolidar y reproducir -desde su esencia- la
vigencia de sociedades desiguales y la naturalización y el convencimiento de
la férrea inmutabilidad de la desigualdad. Unos “tienen” y aparentan repartir
solidariamente a los más débiles, y otros están exentos de derechos, padecen
los problemas, son objeto de burla pública, y encima hasta deben quedar
agradecidos con los “magnánimos filántropos” que los eligieron para la
diversión televisiva.
Como siempre decimos, la
historia -y ahora también el actual episodio- demuestra que los “filántropos”
necesitan más a los pobres, que los pobres a los
“filántropos”.