Analfabetismo parlamentario
Hacer discursos a los políticos ha sido y es una de las formas de ganarse la vida que han encontrado los escritores hispanoamericanos. A cambio de poner su pluma al servicio de los caudillos de turno, muchos de ellos fueron premiados con cargos diplomáticos. Rubén Darío, el príncipe de las letras fue premiado por el déspota Rafael Núñez, que lo envió como representante de la legación colombiana en Buenos Aires. También es cierto que, gracias a esa intervención, digamos que de la providencia, el modernismo como movimiento se fue gestando en Buenos Aires, ciudad que Darío designó «Cosmópolis». Del mismo modo, pusieron su pluma al servicio de los gobernantes de turno de sus países o de los vecinos, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo y el radical colombiano José María Vargas Vila, conocido como el más grande panfletario de América. Protegido por el venezolano Joaquín Crespo, éste pudo lanzar sus diatribas contra el tirano Rafael Núñez que lo había condenado al exilio. Roberto Arlt no puede evitar ironizar sobre la triste realidad de los escritores a merced de sus mecenas.
Analfabetismo parlamentario
¡Oh, cruel González Iramain!… No, esto no se le puede perdonar.
¿Qué hacía uno antes, cuando estaba aburrido? Pues, concurrir al Congreso. El elemento recreativo del «salón de los pasos perdidos» eran los discursos. La literatura parlamentaria. La poética parlamentaria. La metáfora parlamentaria.
Cada señor diputado caía con su discursito escrito. Por lo general el discurso no era suyo. Lo sé de buena fuente. Así, Roberto Mariani, escritor, estuvo mucho tiempo haciéndole discursos a un actual diputado de la Boca. «Me ganaba la vida» —decíame éste—. Y el otro ganaba popularidad.
Bueno, caían los diputados..., todos con su discursito en la faltriquera..., y para despistar escrito a máquina y en papel de seda. El mamotreto espantable regocijaba a la «barra». Había algunos de los concurrentes que acudían allí cuando sabían que hablaría un diputado de su predilección. Hay diputados con estilo. ¡Y qué estilo! Por ejemplo, Oyhanane es un admirable estilista. Cultiva la nueva sensibilidad en sus metáforas. Yo lo leo devotamente sin entenderlo. Se trata de un hombre tan superior que, precisamente, para que ustedes se den cuenta les contaré:
El día lunes, y 13, pensaba yo suicidarme, cuando comencé a leer el discurso de Oyhanarte. Al llegar a este párrafo: «el ojo de los grandes designios, con su pupila insomne, se clava obsedante...», me eché a reír y abandoné toda idea de mortandad. La literatura de floripondio me había salvado. Y el crudo e inexorable González lramain quiere privarnos de este único placer que nos queda. Pero ¿se dan cuenta ustedes?
Tomado de Roberto Arlt, Aguafuertes,
1.ª edición, Buenos Aires, Losada, 1998, vol. II, pág. 624