Una leyenda Mapuche
Chachao se aburría en
la eternidad del cielo. Quiso bajar a la tierra aún anegadiza y lluviosa donde
las cosas eran efímeras y mutables, tomó la Vía Láctea, que
entonces llegada hasta la pampa y es llamada “el camino al cielo” en la lengua
vernácula.
Gozó el Indio Viejo,
que era solamente un eterno niño, ensuciándose la manos y chapoteando en la
tierra anegadiza; moldeó con barro figuras de fantasía y ensayó soplarlas para
infundirla vida. Así fueron creados los animales. Para darle espacio para
correr, de otro soplo aventó las lluvias, secó los pantanos y dio firmeza a la
pampa. Vio su imagen reflejada en una laguna y tuvo el capricho de reproducirla
en estatuillas de dos pies que vestían como él; chiripá y poncho. No eran
reproducciones perfectas, pues el Viejo estaba de buen humor y
solamente buscaba reírse de si mismo.
He aquí que un
incidente transforma en tragedia la comedia de la Creación.
El ñandú, cansado de
correr por la pampa seca, quiso subir al cielo por la Vía Láctea y aprovechó
la distracción de Chachao para ascender algunos tramos. Al darse cuenta, el
Indio Viejo, que una criatura de barro iba a ensuciar las alturas celestiales,
desató las boleadoras y las arrojó al osado, que de una patada volvió a la
pampa dejando en el cielo al comienzo de la Vía Láctea las huellas
de sus tres dedos y el garrón: La cruz del sur. También quedaron las boleadoras
del viejo, alfa y beta del Centauro, junto a las huellas de avestruz.
Chachao ocupado de espantar al ñandú no se dio cuenta
que su hermano Gualicho había descendido a la tierra y le gastaba la broma de
soplar las caricaturas acabadas de esculpir.
Se llenaron de
espanto ambos hijos del cielo cuando vieron a los objetos de barro moverse y
discurrir como si fueran dioses. Chachao escapó horrorizado por la Vía Láctea; con su
cuchillo de piedra cortó el camino del cielo para que los monstruos no
subieran. Dejó a Gualicho en la tierra en castigo por haberles infundido el
aliento divino a unos grotescos y efímeros monigotes de barro.
Chacho no volvió más
a la pampa, ni pudo salir Gualicho de ella.
Desde entonces este
clama misericordia, en las noches de tormenta con su voz de trueno, cuando ve
el rayo de su hermano, en el cielo.
Inútilmente, porque la cólera del Indio Viejo es definitiva.
Busca Gualicho destruir su imprudencia aniquilando a los hombres con
enfermedades, guerras y hambre. Lo hace de lejos, porque verlos le causa horror
y remordimientos de conciencia; por eso vive en lo profundo del monte y solo se
arriesga a salir cuando las noches son oscuras. Como teme a los hombres, ha
resuelto hacerse temer por ellos para que ellos lo eviten: ulula en las noches
para asustar a los viajeros rezagados con quienes tropieza
imprevistamente. Y se ha rodeado de una
corte de espíritus malignos y retozones cuyo único objeto es protegerlo con un
cerco de terror.
De esa travesura de
un niño nacieron los hombres, híbridos de un aliento de Dios en una envoltura
de barro. Temen a Gualicho que se oculta en la naturaleza hostil. Contra el
terror cósmico de los lugares desconocidos y contra los rayos y truenos,
dialogo constante entre Chachao y Gualicho, sólo queda el recurso de estrechar
los vínculos humanos. Nació así la toldería. El espíritu maligno no se atreve a
entrar en ella y no se acerca al fogón que alumbra la oscuridad.
Seguirá para siempre
la lucha de Gualicho con los humanos. Si estos han sido buenos, sin han logrado dominar el miedo y la
prudencia guió sus acciones, podrán ascender al cielo una vez perdida su
envoltura de barro, porque el camino a las alturas sólo es accesibles a las
almas. Allí serán estrellas de mayor o menor magnitud según haya sido el brillo
de sus buenas acciones. Los otros, los cobardes y mezquinos, volverán al barro
original.