Un encuentro
antológico
Carla Wainsztok
En
1824, Bolívar se entera que su “viejo maestro” Simón Rodríguez se encuentra en
territorio de la América Meridional.
Tal noticia lo llena de alegría y decide escribirle una carta, “¡Oh, mi maestro! ¡oh mi Aamigo! Usted en
Colombia, Usted en Bogotá y nada me ha dicho, nada me ha escrito. Sin duda es
usted el hombre más extraordinario del mundo. (…) Usted, Maestro mío ¡cuánto
debe haberme contemplado de cerca, aunque colocado a tan remota distancia! 1Con
qué avidez habrá seguido Usted mis pass dirigidos muy anticipadamente por Usted
mismo! Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo
grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Usted me señaló (…) Si,
amigo querido: Usted está con nosotros. ¡ Mil veces dichoso el día en que Usted
pisó las playas de Colombia! Un sabio, un justo más, corona la frente de la
erguida cabeza de Colombia. Yo desespero por saber qué designio, que destino
tiene Usted. Sobre todo, mi impaciencia es mortal no pudiendo estrecharle en
mis brazos: ya que no puedo yo volar hacia Usted, hágalo hacia mi (…) Amigo si
tan irresistibles atractivos no impulsan a Usted a un vuelo rápido hacia mi,
ocurriré a un apetito más fuerte. La amistad invoco”
En
Perú en 1825, se encuentran el maestro y su discípulo. Un testigo relata el
amoroso acontecimiento “yo vi al humilde
pedagogo desmontarse a las puertas del palacio dictatorial, y en vez del brusco
rechazo que acaso temía el centinela, halló la afectuosa recepción del amigo,
con el debido respeto a sus canas y su antigua amistad. Bolívar lo abrazo con
filial cariño y le trató con una amabilidad que revelaba la bondad de un
corazón que la prosperidad no había logrado corromper. Rodríguez era un hombre
de carácter excéntrico, no solamente instruido sino sabio, tenía el
conocimiento perfecto del mundo, que sólo se adquiere con el constante trato de
los hombres”
Dos
años más tarde Rodríguez envía otra carta dirigida a Bolívar “que usted haya abrazado una profesión y yo
otra, hace una diferencia de ejercicio, no de obra”
La
obra en común es formar, en el caso de Bolívar la Patria Grande, la Confederación de
Naciones y en el caso de Rodríguez formar tiene una connotación pedagógica.
Formar pueblos, formar hombres para la sociedad, formar maestros.
Entonces
formar es lo contrario de imitar, de copiar. Formar como un obrar propio. Dos
ideas de Rodríguez al respecto “inventamos o erramos” y “adoptar adaptar”.
A
diferencia de la gran mayoría de los pedagogos europeos, Rodríguez sostiene “en
los niños pobres está la Patria”
por lo tanto el proyecto pedagógico es sin duda de Educación Popular. Y a diferencia de otros pedagogos no cree que
haya niños educables y no educables, además de confiar en la educación de
adultos.
Su
proyecto es una escuela donde se reúnan trabajo y educación. En Lacatunga funda
un colegio donde se ha de enseñar Castellano, Quichua, Física, Química,
Historia Natural y se establecerán dos fábricas una de loza y otra de vidrio,
además de maestranzas de albañilería, carpintería y herrería.
Pero
además su gran preocupación es leer, ya que Patria y Gramática constituyen una
unidad. Formar la Patria
requería formar la lengua.
Afirma
Rodríguez que los niños y las niñas deben leer mejor que sus padres y sus
abuelos porque ellos serán plenipotenciarios, los jueces, los gobernantes, los
presidentes.
Leer
a su vez es un acto filosófico, que no se limita a la interpretación sino a la
comprensión en el sentido humanista y filológico de la palabra. Leer es
compartir el relato, la leyenda.
Maestro
y discípulo no estuvieron de acuerdo en todo, tuvieron un gran desencuentro
sobre el método para enseñar. Bolívar preocupado por la falta de maestros y de
recursos además de llamar a su lado a Rodríguez, invitó a Lancaster (creador de
un método de enseñanza que se basaba en los monitores) a Venezuela. Rodríguez
quien sostenía “que el tiempo es el lugar de la acción” detestaba a Lancaster y
sus catecismitos. Para Rodríguez el tiempo de la formación era distinto al
tiempo de lo coyuntural, sin embargo no dudo en escribir a favor de su
discípulo.
En
1830, año de la muerte del Libertador, Rodríguez publica una obra que había
escrito en 1828 que se conoce como Defensa de Bolívar.
Para
el filósofo Castoriadis no es correcto que haya filósofos legitimadores, el
filósofo debe ser siempre un tábano, un crítico, esto abre un gran interrogante
respecto al lugar del pensador, del escritor, del filósofo ¿qué hacer cuando el
proyecto de la Patria Grande
se disuelve en internas como las que acontecieron luego de 1826 y prevalecen
las patrias chicas?
A
Bolívar le gustaba afirmar “la
Patria es América”. Hoy en Venezuela los nombres de Simón y
Simoncito, es decir los nombres del maestro de Bolívar, están asociados a las
misiones de alfabetización y post alfabetización.
El
maestro y su discípulo cabalgan por la América Meridional.